viernes, 21 de noviembre de 2014

Bla, bla, bla, bla, bit.

¡Hola Mundo!

¡Hola Mundo!

No, no es un saludo, es simplemente un conjunto de doce caracteres (escribiéndolos en español) que detesto y que me traen a la memoria el cuento de mi amigo Fernando Giraldo director y dueño de Pensilvania Stereo (valga la cuña o spot), que contaba que cuando empezó, con un transmisor hechizo, sus primeras palabras al aire fueron: "Buenos días América" y riéndose de sí mismo apuntaló su anécdota diciendo que su novia, ahora esposa, difícilmente podía sintonizarle en el comedor de su casa a unos 20 metros de distancia del aparatejo ese. En ese orden de ideas me resisto a escribir un “Hola Mundo” en cualquier test de programa que hago. ¿Cómo puedo escribir eso si yo soy el único que voy a leer esa vaina? Y es que no se justifica ni siquiera cuando el test se hace directamente en un dominio “www” porque créanme, nadie lo va a leer, salvo un “spider” de algún buscador que esté coincidencialmente pasando por allí u otros raros casos. No lo voy a escribir aún conociendo la connotación de la fracesita que nació, según cuentas, en 1974, sin letras mayúsculas ni signo de admiración, en los laboratorios Bell escrito en un memorando interno para un tutorial del lenguaje “C” por un tal Brian Kernighan. Hay otra historia por allí aún mas vieja, 1801, que involucra a un señor Joseph Marie Jacquard, pero dejémoslo ahí, que si esa gente quería que sus creaciones saludaran al mundo cual engendro inteligente recién nacido, me rehuso a caer en esa práctica.

Pero esa es mi visión personal y lo que les he descrito no es más que una diatriba que no intenta demeritar la importancia que tiene dicho test más allá de lo que significa, porque no es eso lo importante sino lo que realmente representa: La curva casi natural que funde el lenguaje humano con el lenguaje de las máquinas.

Y es que en vez de esa frace podemos poner cualquier cosa y es tan increíblemente fácil hacer que una máquina nos salude en nuestra propia lengua que damos por sentado que se trata realmente de un lenguaje.

No pretendo hacer de esto una tesis de lingüística, que ni siquiera sé qué es lo que estudia exáctamente eso, pero solo quiero recordarles lo increíble que es estar aquí y ahora en la historia de la humanidad, traduciendo de forma cada vez más humana el lenguaje de las máquinas.

¿Cuándo la palabra tuvo tanto poder?

¿Se han preguntado ustedes qué carajos nos pasó trayéndonos a este tipo de lenguaje? A mi por lo menos no fué por mi “amor” a las matemáticas. ¿Por qué resultamos aprendiendo estas cosas cifradas con códigos extraños habiéndo tanto lenguaje normalito y bonito como el francés, o tal vez parlare italiano? ¿Qué fuerza extraña nos hizo meternos en tal lío? Y la respuesta es simple: Somos pioneros en lenguajes que de una u otra forma son la evolución de los lenguajes humanos. Pero éstos no son planos ni bidimensionales sino que parecen una expansión lógica de los primeras y se acercan mucho a hacer realidad la frace “la palabra es creadora” porque es ahora, más que en ningún momento de la historia, cuando la palabra se empieza a fundir con la realidad, transformándola casi mágicamente. ¿No? Basta ver, por ejemplo, como se meten unas simples instrucciones en una máquina con un sistemita PLC y “voilá!” toda una pieza metálica hermosamente torneada y/o cortada emerge como de la nada. ¿Han visto trabajar una impresora 3D? ¿Han experimentado con Arduino? Diez líneas de código y ya tienes un robot que detecta distancias para no chocarse al rodar.

Y ese es el encarte que tenemos entre las manos y se nos pedirá cuenta de ello... si no le sacamos plata.

Desde el principio de la humanidad fué un bla, bla, bla que se vino transformando de sonidos a dibujos, caracteres y más recientemente a inpulsos eléctricos y electromagnéticos y este último bla, bla, bla, nos ha introducido en una nueva era difícil de predecir, pero única y trepidante que no debemos dejar pasar en vano quienes somos vistos como dueños de esa magia obscura inmersos en esos códigos herméticos. Si bien somos los primeros en estar inmersos en esa transición hacia ese bla, bla, bla y nos adueñamos de él, pensemos en quienes aún no dan el paso.

La invitación es a ser traductores amigables, aún humanos, de la abrumadora tecnología que nos sobrepasa no por su rapidez sino por su atropello constante en el afán de innovar para consumir, tratando de ser puentes entre la gente de a pié más indefensa y ese mundo de máquinas con sus algoritmos cada vez más vivos y astutos (si es que ya es tiempo de llamarlos así), tratando de recordar que con todo esto debemos simplemente servir con altruismo, compadeciéndonos de nuestros clientes que por lo general quedan en shock cuando les decimos cosas como: “Y entonces tendríamos una perfecta comunicación machine to machine” frace a la cual me decía un gerente cuando la escuchó: “Ah no, es que eso de machito a machito no me gusta”.

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